Un equipo de la Universidad Northwestern ha identificado un vasto depósito de agua en las profundidades del manto terrestre. El hallazgo sugiere un volumen potencial casi tres veces mayor que el de todos los océanos superficiales combinados. No es un mar abierto, sino un reservorio ligado a la estructura de minerales a unos 700 kilómetros de profundidad.
La clave está en la ringwoodita, un mineral azul que puede alojar hidrógeno y oxígeno en su red cristalina. En condiciones de alta presión y temperatura, esos átomos forman agua “atrapada” como grupos hidroxilo. Este entorno pertenece a la llamada zona de transición del manto, donde la química del planeta se vuelve sorprendentemente activa.
El hallazgo subterráneo
La investigación se apoya en la sismología, que “ilumina” el interior del planeta con ondas de terremotos. Al propagarse, esas ondas cambian de velocidad según atraviesen rocas secas o con agua incorporada. Las variaciones registradas señalan extensas zonas “húmedas” en la zona de transición.
Los científicos analizaron datos de más de 2.000 sismógrafos distribuidos por Estados Unidos. Estudiaron señales procedentes de más de 500 terremotos, que ofrecieron múltiples “rayos X” del interior terrestre. Las inconsistencias sistemáticas en la velocidad sísmica coincidieron con el comportamiento esperado de rocas con ringwoodita hidratada.
Cómo se reveló el agua oculta
La ringwoodita se forma a partir del olivino cuando aumenta la presión a gran profundidad. Su red puede almacenar hasta un 1,5% de agua en peso, suficiente para constituir una reserva colosal si se extiende a escala global. No es agua libre, sino un contenido estructural que altera la elasticidad y densidad de las rocas.
Ese cambio físico modifica las ondas sísmicas, permitiendo su detección a grandes distancias. La coherencia del patrón en múltiples trayectorias refuerza la interpretación de un manto intermedio significativamente hidratado.
“Es como descubrir un depósito de agua escondido en las paredes de la casa: no lo ves, pero condiciona todo lo que ocurre dentro”, señalaron los investigadores, subrayando el alcance del hallazgo.
Claves del hallazgo
- Reserva de agua integrada en minerales del manto.
- Evidencia basada en cambios de velocidad sísmica en múltiples terremotos.
- Papel protagonista de la ringwoodita en la zona de transición.
- Volumen potencial cercano a tres veces los océanos superficiales combinados.
- Implicaciones para el ciclo del agua profundo y la estabilidad del nivel del mar.
Implicaciones para el ciclo del agua profundo
El hallazgo redefine el ciclo del agua, que no solo circula entre océanos, atmósfera y continentes. También existe un intercambio lento con el interior del planeta, mediado por subducción y vulcanismo. En escalas de millones de años, esa reserva actúa como “amortiguador” del sistema.
La estabilidad relativa del nivel del mar podría explicarse, en parte, por este almacén profundo. Cuando placas oceánicas se subducen, arrastran agua que queda guardada en la zona de transición. Más tarde, procesos magmáticos pueden devolverla a la superficie mediante erupciones y emanaciones.
Consecuencias geodinámicas
El agua reduce la viscosidad de las rocas, favoreciendo el flujo del manto y la dinámica de placas. Pequeñas fracciones de hidratación pueden impulsar el ascenso de magmas y modular la sismicidad regional. Así, la reserva oculta se conecta con fenómenos tectónicos visibles.
Además, la presencia de agua influye en la conductividad eléctrica del manto, consistente con observaciones electromagnéticas de zonas profundas. Diferencias locales de hidratación podrían explicar contrastes geofísicos hoy aún enigmáticos.
Mirando al futuro
El equipo ampliará el análisis con redes globales para comprobar la extensión real de esta reserva. Nuevos métodos de inversión 3D y modelos termoquímicos ayudarán a delimitar su distribución y espesor. También se evaluará cómo varía la hidratación con la historia tectónica de cada región.
Confirmar la magnitud de este “océano” subterráneo transformaría nuestra comprensión del planeta y su evolución. Integrar la dimensión profunda del agua en los modelos climáticos y geodinámicos será un paso decisivo para explicar la Tierra que hoy habitamos.