Este lago secreto en la Cordillera de los Andes solo atrae a los habitantes — imposible de encontrar en las guías

8 octubre, 2025

Nadie llega aquí por casualidad: se viene porque alguien te llevó, porque una abuela te lo susurró al oído o porque una curiosidad terca te empujó más allá del último puente. En la falda de la Cordillera, un espejo de agua pequeño, frío y azul, se esconde detrás de matorrales de queñoa y paredes de roca que parecen vigilar. Los mapas no lo dicen, las apps no lo adivinan: este lugar vive del boca a boca y del pacto silencioso entre los vecinos y la montaña.

“Si vienes, deja el sitio mejor de lo que lo encontraste”, pide un arriero con sombrero de paja y manos curtidas por la helada. Su español lleva palabras en quechua, y una calma que enseña a caminar lento. “Aquí no se grita, se escucha”, remata con una sonrisa que tiene poco de turista y mucho de hogar.

Cómo llegar sin mapa

El camino no está marcado, y esa es su primera defensa. Se avanza por una trocha de pasto pisado, se bordea un algarrobo y se cruzan dos arroyos claros que cambian de humor con cada deshielo. No hay señales ni postes de colores: solo una línea de piedras que los locales han movido con paciencia ancestral.

No preguntes por el nombre de la laguna en la plaza del pueblo. Pregunta por quien “conoce la subida”, por el que “sabe de condores”. Con un guía del lugar, aprenderás a leer la pendiente, a distinguir el brillo de un hielo del brillo de una trampa.

Lo que guarda el agua

El agua es de un verde profundo cuando el sol se esconde, y de un turquesa tímido al mediodía. Las truchas dibujan arcos bajo la piel del lago, mientras el viento peina la superficie como si fuera la melena de un caballo. A ratos, pasa un cóndor que no deja sombra, solo una idea de altura.

“Esta agua no es para camperas fosforescentes ni para drones que zumban”, dice una vecina que sube con un termo y pan casero. “Es para sentarse y callar un rato”, agrega, mirando el borde donde crecen pajonales.

Etiqueta del lugar

No hay carteles, por eso la norma es ética: la que traes desde casa y la que te enseñan al llegar.

  • Lleva tu basura de vuelta, camina por lo ya pisado, no compartas la ubicación en redes y pregunta antes de bañarte.

La recompensa es mínima para quien busca un check-in, y máxima para quien quiere un encuentro.

Cuándo ir, cómo estar

La mejor hora es antes de que el sol muerda con fuerza y cuando la tarde se afina. En temporada de lluvias, el sendero se vuelve arcilla viva; en época seca, el aire es más filo. Cualquiera sea el mes, el clima trae su sorpresa: nubes que cierran el techo, granizo súbito, o una calma que permite oír el hilo del agua entre las piedras.

Camina con paso corto, respira por la nariz y guarda conversación para el regreso. A esa altura, el silencio rinde más que la charla.

Comparativa rápida

Para ubicarlo en el paisaje andino, aquí una mirada práctica frente a otros destinos conocidos:

Aspecto Lago oculto (Andes) Laguna 69 (Perú) Lago Titicaca (Perú/Bolivia)
Acceso Sendero sin señalizar, guía local Sendero marcado Carreteras y rutas turísticas
Altitud Más de 3.000 m aprox. 4.600 m aprox. 3.812 m aprox.
Afluencia Muy baja Alta en temporada Alta todo el año
Experiencia Silencio y observación Fotos icónicas Cultura viva y navegación
Servicios Nulos Básicos en Huaraz Amplios en Puno/Copacabana

“Lo diferente no es el color, es el ritmo”, comenta un guía joven. “Aquí el tiempo te suelta la soga y tú decides si te quedas.”

Qué llevar sin estorbar

No hace falta un arsenal de equipo, basta con criterio y ligereza. Piensa en lo sencillo:

  • Capa cortaviento ligera, agua y algo de abrigo, bolsa para residuos y linterna pequeña.

Los bastones ayudan en la bajada, y un gorro salva del sol que rebota en la piedra. No olvides efectivo para agradecer al guía, y deja la música para otro valle.

Lo que dejas cuando te vas

Al bajar, el pueblo parece más lento, como si supiera que arriba queda una promesa. Los niños corren con zapatillas polvorientas, alguien vende queso en la puerta, y un perro te sigue un par de calles antes de volver a su sombra. La montaña no te firma postales, pero te deja una certeza breve: lo pequeño también merece secreto.

Y si preguntas por volver, quizá te digan que sí, que vengas cuando florezca el molle, o cuando el primer hielo se haga vidrio. Porque estos lugares se aprenden de a poco, como una palabra nueva que solo los locales pronuncian completo.

Mateo Ríos

Mateo Ríos

Me llamo Mateo Ríos y soy redactor en Santa Fe Canal, apasionado por el cine independiente y las series que rompen esquemas. Estudié Comunicación Social en la UNL y desde entonces no he parado de contar historias. Creo que una buena crítica puede hacerte ver una película con otros ojos.

Dejá un comentario