Chango Spasiuk hizo vibrar al Monumento a la Bandera
El músico oriundo de Misiones brindó un concierto en el marco del ciclo «Malvinas nos Une».
El show se realizó en Rosario y la Orquesta de Tango del Guastavino deleitó a todos con la típica música de raíces porteñas.
Con el sol terminando de despedirse, el concierto comenzó con Yira Yira, de Enrique Santos Discépolo y siguió con La última curda, de Aníbal Troilo. A esa altura, muchos de los presentes recordaban viejas tertulias o encuentros en clubes.
Con Silencio, de Carlos Gardel, fueron varios los que se animaron a cantar junto a las dos voces femeninas de la orquesta. Luego fue el turno de Antiguo reloj de cobre, de Miguel Montero; y Sur, de Aníbal Troilo, en lo que fue un viaje al pasado glorioso del tango, con orquestas, bailes y comilonas incluso en la televisión.
A las 19:30, cuando ya se habían encendido todas las luces del escenario, apareció el Chango Spasiuk, uno de los mayores exponentes del chamamé, género musical que brilla en el litoral argentino y que fue declarado por la Unesco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Esa designación fue la excusa perfecta para que en el escenario montado a muy pocos metros del río Paraná, cientos de personas se acercaran a escuchar, cantar y bailar al ritmo del acordeón del Chango.
Con su particular estilo que fusiona ritmos tradicionales chamameceros, música clásica y también algo de jazz y sonidos electrónicos, Spasiuk ofreció un magnífico espectáculo.
Acompañado por Diego Arolfo en guitarra y voz; Marcos Villalba en percusión, guitarra y voz; Juan Pablo Farhat en violín; Eugenia Turovetzky en violoncelo; Javier Martínez en percusión; Enzo Demartini en acordeón verdulera y como invitado especial al violinista rosarino Simón Lagier, el Chango comenzó diciendo "tengo frío" y eso arrancó risas y aplausos y fue el puntapié inicial de un espectáculo memorable.
Con algunas parejas bailando a pocos metros del escenario y también al fondo del patio cívico y una alegría que contagia, Spasiuk disfrutó de los sonidos de su acordeón, y de una sólida banda que hizo estremecer a todo el público.
A veces en silencio, moviendo la cabeza o los pies al compás de los temas o bailando, con algún discreto sapucay que se colaba de vez en cuando, la noche se llenó de ritmos.